En la primera entrega sobre los cátaros nos centramos en su ideología y dimos algunas ideas de porqué eran peligrosos para la Iglesia y la nobleza de la época.
Nos queda pendiente como se expandieron y la temible persecución que sufrieron, con auténticas masacres incluso para lo que era la época.
Expansión
Las doctrinas cátaras llegaron probablemente desde Europa oriental a través de las rutas comerciales. Los historiadores atan el inicio del movimiento cátaro con la Escitia antigua, donde San Andrés, según las leyendas rusas antiguas, portó el misterio del Grial a las tierras eslavas como “la fe de los puros y perfectos”, “la fe de los hombres buenos”.
El catarismo eslavo ejerció una colosal influencia en la espiritualidad de Rusia. El catarismo, desalojado por Bizancio, a través de Bulgaria partió a Occidente y tomo su mayor influencia en la zona Albigense, de donde los cátaros reciben el nombre de Albigenses.
Una vez llegados a la Europa occidental, los cátaros difundieron su enseñanza en muchos países. Los primeros cátaros aparecieron en Lemosín hacia el año de 1015. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad langüedociana deToulouse en 1022. La creciente comunidad fue condenada por la Iglesia. Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de algunos de ellos ya que veían que lo predicado por los sacerdotes en nada se parecia a la realidad. La Iglesia predicaba la pobreza, el repartir entre los más necesitados y, muy amenudo, era la propia Iglesia la que más ateseroba y el pueblo el que cada dia era más pobre. No olvidemos que en aquella época los campesinos pagaban el diezmo a la iglesia ya que ella era la dueña de la mayoría de los campos y no los propios campesinos.
Por otro lado, el apoyo que ciertos nobles empezaron a dar a los Cátaros comenzó a preocupar a los Reyes, pues vieron en todo ello un posible foco de enfrentamiento. Así pues, Reyes, nobleza e Iglesia se unieron en la persecución y exterminio de la orden cátara.
Persecución
En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Sin embargo, el legado Papal solo consiguió un existo escaso y aislado.
Se produjeron varios concilios contra los cátaros en este periodo —en particular, el Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179)— pero apenas tuvieron mayor efecto.
Poco después sube al trono de San Pedro el Papa Inocencio III y la decisión de resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón.
Al principio, el papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los “herejes”, sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia.
La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bastidas o villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico (señor feudal de Ramón Roger Trencavel), no eliminaron a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.
En julio de 1209, en Béziers murieron cerca de 30.000 personas, fue toda una matanza en la que ni los mayores, niños ni mujeres se salvaron. Prueba del horror de las persecuciones es que un obispo siempre iba a mando de los cruzados. Muchas ciudades optaron por expulsar a los cataros ante la petición de los cruzados; pero hubo algunas que no veían nada malo en aquella gente que no se metía con nadie y que eran casi poco menos que ascetas y se negaron a ello. Uno de eses obispos, ante la pregunta de los cruzados de como diferenciar a los cataros de los buenos católicos que había dentro de la ciudadela que estaban a punto de asaltar, recibieron como única respuesta: ¡Matadlos a todos, Dios sabrá diferenciar a unos de los otros!
El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
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